miércoles, 29 de julio de 2015

Resurrección

Una mujer transporta víveres en una zona rural a las afueras de Kinshasa. La carencia de medios de transporte obliga a los habitantes de zonas rurales a recorrer largas distancias con pesadas cargas.

Lo bueno de la vida es que se puede resucitar todas las veces que quieras, tantas como tu cuerpo permita, tantas como la capacidad de la mente para renovarse. 

Ayer mientas recorríamos Kinshasa corriendo pensaba en que siempre que haya ganas de mejorar se puede conseguir todo, incluso cuando la situación te puede, te vence, te desanima, te cambia o al menos intenta hacerlo. 

Al principio del recorrido, cuando apenas llevábamos 15 minutos, al lado nuestro pasó un convoy con dos Hummers, esos coches americanos feos y caros que suelen pertenecer a gente con muy poco cerebro y que recuerdan a esas limusinas horteras que recorren las capitales del mundo con gente borracha dentro. Los coches iban escoltados por dos patrulleras repletas de soldados congoleños, dos pick ups con hombres armados tanto en el interior como en la parte trasera. Me contaron que era un General del ejército congoleño, con muchos privilegios, con privilegios que ni siquiera soldados de su mismo rango poseen. Aquello me hizo pensar que este país no tiene remedio, que es imposible luchar contra esa marea de despropósitos, contra esa falta de ética, de principios. Creo que solo a un estúpido se le ocurriría pasear derrochando tanta ostentación y arrogancia por una ciudad que cuando la recorres a pie y observas, hueles, escuchas comprendes la situación de extrema pobreza que en algunos casos hay en Kinshasa. Cinco minutos más tarde el poco espacio que me quedaba con esperanza, que no era mucho, se cubrió de pesimismo. Seguíamos en nuestra ruta, corriendo, cuando pasamos junto a la casa del mismo General. Soldados del ejército congoleño armados vigilaban la puerta. Aquello me hizo detestar por completo las altas esferas de este país, la sola idea de utilizar recursos públicos para fines privados y hacerlo tan descaradamente me repugnó. Soy consciente de que eso se hace hasta en las mejores democracias, el problema es que aquí ni siquiera se molestan en esconderlo. 

Esa primera parte del trayecto me llenó de desesperanza al comprobar que este país necesita de un enorme esfuerzo para intentar cambiar las cosas y no estoy seguro de que haya personas suficientes con ganas de empeñar su vida en ello.

Lo bueno es que la vida siempre te da oportunidades y lo hace con relativa facilidad, solo es necesario saber donde se encuentran e identificarlas.

Después de haber recorrido tres cuartas partes de trayecto y cuando justo íbamos pasando por una base militar, un soldado salió a la carretera, pitó con un silbato y Kinshasa se paró. No entendía qué pasaba, tenía que pararme yo también puesto que todo el mundo dejó de moverse. Coches, peatones. La ruidosa Kinshasa enmudeció. Pasó de ser un caos frenético a una ciudad tranquila y respetuosa. El motivo era que cuando el soldado tocó el silbato se empezaba a izar la bandera de la República Democrática del Congo dentro de la base militar y aquel simple gesto me fascinó, porque una bandera había conseguido algo que pensé que jamás vería con mis ojos. Los coches esperaban pacientemente y nadie hizo la más mínima señal de protesta. De repente todo se ordenó, el tráfico parado, en fila de a uno. Los vendedores ambulantes callaron y lo único que se escuchaba era el chasquido del carbón en esos pequeños braseros que los congoleños utilizan para cocinar.

El motivo de mi resurrección o de la resurrección de mi esperanza en que la situación en el país podría cambiar fue que solo hay que encontrar un símbolo, algo en lo que la gente crea, alguien en quien poder confiar para que luche contra toda esa injusticia, alguien que entienda que la única manera de sentirse orgulloso de representar a este país sea cuando las condiciones de vida de la población mejoren. Es necesaria una educación constructiva, es necesario que los implicados en la construcción del Estado sean personas coherentes, comprometidas, conocedores de la realidad.
Llegué a casa con sed, pero también pensando que es posible, solo es necesario convencer a los más desfavorecidos de que no está bien que un soldado muestre lo rico que es cuando la mayoría de la población pasa hambre. Convenciendo a la mayoría se puede acabar con esa minoría abusadora y desleal. 

jueves, 23 de julio de 2015

Kenge o como el ser humano es despojado de toda dignidad

Uno de los reclusos en la prisión de Kenge. El hecho de que alguien les prestara atención les hizo sentir que eran tratados como seres humanos de nuevo. Todos esperaban impacientes a ser retratados y ver su aspecto en la pantalla de la cámara. 

La complejidad de la República Democrática del Congo (RDC) reside en diferentes aspectos que hacen muy difícil su desarrollo social y económico. La RDC es un país inmenso, en extensión ocupa el mismo espacio que todo el oeste de Europa lo que hace muy difícil que el Gobierno pueda controlar desde Kinshasa lo que ocurre en el norte, en el este o en el sur del país. El país hace frontera con República del Congo al oeste, República Centroafricana y Sudán del Sur al norte, Uganda, Ruanda, Burundi y Tanzania al este, Zambia y Angola al sur.
La realidad es que las fronteras en África se trazaron en Europa sin tener en cuenta que esa división separó poblaciones y generó conflictos que todavía hoy siguen sin resolverse.

La complejidad de la RDC no solo reside en el este, donde diferentes grupos armados luchan por hacerse con el control de los recursos naturales. Corrupción, falta de infraestructuras e incluso la creencia en poderes sobrenaturales convierte la realidad congoleña en un entramado de dificultades y obstáculos para el desarrollo del país.

Para entender cómo la corrupción sigue siendo uno de los puntos negros que impiden el desarrollo del país basta con hacer un pequeño viaje a la provincia de Bandundu, al este de Kinshasa. La capital se conecta con Bandundu a través de una carretera en más o menos buen estado y desde la que se puede admirar el paisaje africano. La frontera entre las dos provincias la separa una barrera, que es levantada por un policía manualmente previo pago de un peaje, mientras su compañero, sentado a la sombra con su AK-47 en el hombro y las Rayban observa el proceso. Se supone que el dinero del peaje va a parar a las arcas del Estado aunque es muy difícil asegurarlo.
Después de haber pasado esta primera barrera se encuentra lo que parece un control aduanero dónde estás obligado a pararte. Hay varios oficiales de Policía aunque la persona que se dirige a nosotros va de paisano. Releen nuestra autorización hasta cinco veces pero no encuentra ninguna irregularidad así que la conversación cambia a las pésimas condiciones en las que se encuentran. Al final acordamos que 3000 Francos Congoleños es lo más justo para todos y nos dejan pasar. Ver a un blanco en Kinshasa hace que los precios aumenten, verlo en lugares como Bandundu provoca curiosidad y aumenta la dificultad de superar estos rutinarios procesos, mucho más simples para los congoleños.

El objetivo de la visita a Bandundu es conocer el sistema judicial en Provincias, las dificultades que enfrenta y cómo se puede ayudar a mejorarlo para que todos los ciudadanos congoleños puedan tener acceso a un proceso judicial justo.
La construcción del Estado en la RDC enfrenta múltiples frentes y enormes desafíos. La justicia es uno de ellos, no por falta de ganas sino por la complejidad de aplicar la ley ante casos inverosímiles. Durante una de las entrevistas, uno de los jueces nos comenta su incapacidad ante un caso en particular. En Kenge, una localidad a unos 300 kilómetros de Kinshasa hay cinco personas acusadas de tener los poderes de crear un rayo que ha matado a otras personas. El juez asegura que la ley no contempla este tipo de situaciones donde alguien acude al juzgado a denunciar a otra persona por haber matado a otra a través de un rayo. Su decisión fue dejar en manos del Chief de la localidad, que es la máxima autoridad, la decisión de acusarlos o no. El desenlace no se sabe todavía porque el proceso de acusación sigue abierto.
El problema no reside en la incapacidad del juez para afrontar la situación, el problema se encuentra en que hasta el propio juez tiene las mismas creencias y supersticiones que el resto de la ciudadanía lo que convierte en muy difícil el desarrollo y la aplicación de un proceso judicial justo.

Es en Kenge donde tenemos acceso a la prisión local. Es aquí donde la dignidad humana ha sido pisoteada hasta hacerla desaparecer. La cárcel fue construida para albergar 35 personas, en la actualidad hay 74. Mujeres, hombres e incluso niños comparten patio, duchas y retrete. Las condiciones nefastas de todo esto convierten a los presos no solo en víctimas de su propio delito, además son considerados un despojo del que el Estado congoleño no se hace cargo.
Las 6 mujeres de la prisión comparten celda, una habitación sin apenas ventilación con cartones en el suelo que hacen de cama y mosquiteros roídos donde las presas cuelgan la ropa. La cárcel dispone de dos retretes, dos agujeros en el suelo en medio del patio que desprende un olor insoportable, es un pequeño cuarto sin puerta donde los 74 reclusos tienen que hacer sus necesidades. El resto de los reclusos se reparten en tres celdas, más de veinte en cada una.
El director de la prisión afirma que lleva 7 años sin cobrar, a la pregunta de por qué sigue yendo a trabajar responde que en caso de que deje de hacerlo será perseguido por las autoridades. El Estado no suministra ningún servicio a la prisión, ni siquiera comida. La malnutrición es visible en algunos presos. Su único medio de subsistencia es la caridad de los vecinos y de los propios funcionarios.
Aunque el director de la prisión afirma que no hay ningún menor en la prisión, la realidad es muy distinta dentro. Uno de los presos comenta que lleva un año ahí dentro y que acaba de cumplir 18. Una niña que no debe superar los dos años descansa en los brazos de su madre cumpliendo una condena por un delito que no ha cometido.


La RDC tiene un largo camino por recorrer. Como bien afirma uno de los jueces entrevistados “el sistema arrastra un constipado severo”. 

La cocina en la que los presos tienen que prepararse la comida. Kenge. RDC.

74 reclusos comparten tres duchas. Kenge. RDC.

Durante el día, los reclusos pasan las horas en el patio de la prisión. Kenge. RDC. 

Uno de los presos explica la condena que ha recibido de la que ya lleva cumplidos un año. Kenge. RDC.


Llevaba una gorra, se la quitó, se colocó el pelo y sonrió. Kenge. RDC

Preguntaron si podían hacerse la foto juntos. Comentaron que eran muy amigos. Kenge. RDC.

En la RDC a los policías les encanta usar las gafas de aviador. Es como si formara parte del uniforme. Un funcionario de la prisión accede a ser retratado. Kenge. RDC.

jueves, 16 de julio de 2015

Ngaba

Es en esta generación de congoleños donde hay que trabajar para cambiar la República Democrática del Congo. Esta foto fue tomada por uno de los niños de un orfanato en Ngaba a uno de sus compañeros. 
Decía Kapuscinski que en África el hombre controla el tiempo y no al revés como en Europa. En Londres y en todas las ciudades occidentalizadas del mundo el reloj marca nuestra vida, dependemos de él. Viajar por la República Democrática del Congo (RDC) te traslada en el tiempo, te transporta hacia atrás, hacia el principio de nuestro desarrollo. Adentrarte en el país fascina y muchas veces conmueve. Fascina la belleza de África, de sus llanuras, sus ríos, sus atardeceres rojos, sus gentes. Conmueve el aislamiento, la vida en comunidad el poder del ahora.

La miseria de la RDC no se muestra en hambruna, hay escasez pero no es crítica. La miseria de la RDC son las condiciones en las que una inmensa mayoría de la población vive. En la cadena que sigue a continuación se entiende por qué la esperanza de vida en Kinshasa es de 45 años. Ngaba es una de las zonas más pobres de la ciudad. Ngaba tiene lo que los británicos denominan High Street desde donde parte y se enreda la vida en la zona. La gente espera fuera de sus comercios, sentados bajo un habitual calor tropical mirando hacia la carretera. No es fácil pasear por Ngaba entre otras cosas porque el tráfico es aterrador, a cada lado de la carretera hay una zanja que hace de alcantarillado, abierta. En Kinshasa no hay recogida de basuras por lo que la gente tira todo a la calle, no hay donde depositar los residuos y lo habitual es acumularlos y después quemarlos. Esas zanjas, que en muchas ocasiones se convierten en una pasta casi solidificada de aguas negras, plásticos y basura en general desprende un olor terrible, te acostumbras, sí, pero hay que hacer un enorme sacrificio para que no se te tuerza el gesto en el primer momento.

Esa pasta, a veces líquida, a veces casi dura es un foco de infección y de mosquitos lo que aumenta las posibilidades de contraer malaria -entre otras cosas- de forma muy rápida. Es en ese ambiente dónde se desarrolla la vida comercial y social en Ngaba. Ver a un blanco ahí no es habitual, al entrar en sus tiendas y comprar, según lo locales, aumentas el caché, es una pena pensar que el blanco sigue teniendo esa influencia en la población africana.

La contaminación envuelve todo. Como no hay nada que regule las condiciones de los vehículos no importa el estado en el que se encuentren siempre y cuando caminen y cumplan su función. La mayoría de calles en Kinshasa no están pavimentadas, son de arena. Esa arena genera un polvo que se mantiene en suspensión que unido a la contaminación muchas veces convierte el aire en irrespirable.

No hay electricidad ni agua corriente. La suciedad de alrededor tiene un efecto doble ya que la población no tiene la posibilidad de asearse con asiduidad. La mayoría de la gente va en chanclas lo que hace que estén en contacto con las aguas negras y la basura de forma constante. Al no haber agua corriente las posibilidades de desprenderse de esa suciedad contraída durante el día son escasas por no decir nulas.

A pesar de todo la población actúa como si no fuera con ellos, no por dejadez es porque no les queda otro remedio. En ese mar de despropósitos hay pequeñas islas que convierten Ngaba en un lugar habitable para sus vecinos. Los niños sacan los televisores a la calle junto con las Play Stations para celebrar torneos de Pro Evolution. El que hace las uñas a las mujeres pasea advirtiendo de que se encuentra cerca con su característico ruido. Los mecánicos arreglan los destrozados coches en plena calle, los zapateros lustran el calzado. 

Ngaba está lleno de vida, de sonrisas, de ganas de vivir y es ahí donde hay que aferrarse para que no se pierda la esperanza y no se caiga en el desánimo. Es la alegría de vivir, la juventud lo que convierte a África en la esperanza de nuestro avejentado e injusto mundo.